domingo, 13 de mayo de 2012

El tren interurbano

No estaba muy convencida a que hora salia el tren esa noche, pero para ser mas honesta nunca llegue a la estación con el boleto en mano ni con la lista de horarios. Un tanto desprevenida otro tanto impaciente me hallaron los trenes en una que otra oportunidad, pero jamás perdí alguno. Titubeando y sin apuro me encaminaba hacia la estacion, aunque debo reconocer mi obstinación en las primeras cuadras por querer llegar rápido, y es algo que todavía no comprendí mi afán  de adelantarme  por llegar a la estación de trenes, uno  se entorpece y amontona  cuando esta apurado o tiene un horario por cumplir, pero no es este mi caso.

De modo que  unas cuadras antes de la Plaza Pellegrini, mis obsoletas ansias se quedan atoradas cuando  de repente en el café de la esquina dos hombres sentados a la  par y mirando hacia la calle conversan, yo alcanzo a escuchar un pedazo de su elocuente charla : Y mi otro sobrino, el hijo de mi hermana Mariana, ¿te acordas? a la que operaron de la vesícula. Y ya no pude seguir escuchando por que el tumulto de gente y el semáforo en rojo me llevaron a cruzar de vereda. Y desde allí no puedo resistir a seguir escuchando las conversaciones de la gente que pasaba , no es que quiera entrometerme en asuntos que no me corresponden pero es divertido imaginarme como sigue la charla o adivinar cual fue la pregunta del niñito, que va unos talones  delante de mi, a su mamá que le contesta: es cuando uno deja de hacer algo porque ya no le queda mas tiempo no porque lo haya terminado.  Si hay algo que me fascina es pensar en que estarán pensando toda esa gente que esta parada haciendo cola en el cajero, o la joven aquella cruzada de brazos, inclinando todo su peso a su cadera y pie izquierdo, luego cambia al derecho, reojea de  un lado a otro, tantantea el cierre de su campera mientras espera el colectivo.

Cuando voy pasando por la avenida, revuelta de verduras, bocinas y chucherias colgando de vidrieras  me da la sensación de que  tengo que correrme hacia un lado, por que si no  la gente me pega un codazo o pechazo de prepo, ya a esas instancias suelo ir  muy entretenida y máxime si es otoño, la gente tiene algo de amarillento en su mirada que me da una cuota de añoranza, aunque el otoño en mis ojos de escarlatas y de hojas verdes aun no se avecinen. Por unos instantes pensé en sentarme en el cordón de la vereda y seguir minuciosamente con la mirada a la señora que al parecer vuelve del mercado y va balanceando las acelgas y pimientos dentro de la bolsa,  o simplemente me frenaría a  observar como vende animoso el ambulante de medias y cds que alarda  precio y calidad del algodón, ya a esta altura del camino se me olvidaron los trenes y plataformas.

Quizás eran mis suposiciones, pero tenia la sensación de que estaba caminando mal, demasiado lenta o rápido, un poco chueca tal vez, y me incomodaba por las personas que venias detrás de mi, todavía no entiendo cual fue mi persecución, pero pensé que lo mas apropiado en ese momento fuera detenerme y aparentar que yo también caminaba corriente como cualquier otra joven camina hacia la estación, entonces  me atreví  estúpidamente de comprar una pera en un almacén algo  desapercibido entre tantos negocios amontonados que quedaban de paso, como podría haber encendido un cigarrillo o pararme a hurguetear mi cartera haciendo que buscaba un vuelto hasta que los de atrás me pasaran  y así despistar que andaba caminando en mi mundo sobre hojas secas amarillentas por la mera satisfacción de oírlas crujir, y hasta que ya sabía cual hoja iba a quebrantarse bajo mi suela y  a cual le faltaba todavía avejentarse. Ahora continuaba mi marcha un tanto despabilada y confundida con el jugo de la pera entre mis dedos.  Recuerdo que unas cuadras antes  se me había metido una melodía de Shigeru Umebayashi la cual no resistí de bailarla en mi cabeza.

Y en lo menos que me descuidé ya estaba entrando a la estación de trenes, era la  cuarta en la cola de quienes tomarían el mismo tren, los dos primeros unos compadres cincuentones que se habían encontrado y  hablaban amistosamente, le seguía una madre y su hija que chequeaba una revista, la tercera era una piba un tanto insulsa con unos cuadernos apoyados en su brazo derecho y le seguía yo, quien indefectiblemente y sin querer me dí cuenta que ahora me había convertido en una joven simplona de brazos cruzados esperando el tren con cara de circunstancia o de vaya a saber que para quien pasa por los costados de la estación y mira con ojos de no otoño, blandos y de hojas verdes. 

2 comentarios:

  1. Valentina:
    Tenés buenas historias, me pregunto por qué no tenés comentarios. ¿Es que no te gusta el protagonismo? ¿O no te gusta visitar a los colegas de blog y por eso quedas aislada? No sé, pero tus textos merecerían ser más leídos.
    Un abrazo.
    HD

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    1. Humberto, yo tampoco se por qué no tengo comentarios, me gusta visitar los otros blogs, de hecho sigo al tuyo sin perderme una historia, esta bien que casi yo nunca comento, que se yo... hay muchas cosas que todavía no sé en el mundo del blog.
      Pero mirá! tengo un comentario de alguien que le gustó mi relato del tren interurbano! Y eso es como un abrazo o un aliento cariñoso que me mima las letras.
      Gracias, otro abrazo

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