Cerró la puerta del frente y salió. Salio a la calle amortajando la mañana entre sus manos quebradizas y con sus zapatos a medio lustrar, a la calle incautada de ajenos que lo miraban al pasar, cual extranjero perdido en una calle principal. Era algo delgaducho, nunca cerraba del todo su boca, lo cual siempre generaba una sensación expentante, como si estuviera por decir algo. Su apariencia era algo vulgar, hombros caídos, corcuncho, medio pálido y sin afeitar. No era un hombre de muchas palabras, ni tampoco de pocas pulgas.
Cuando te lo cruzabas, hacia una mueca extraña con su boca en tono de saludo, la estiraba de un solo lado hacia un costado y a la vez tildaba la cabeza. Buenas tardes Don Fernando, le respondía estrechándole mi mano derecha, a la cual este nunca sostenía. Era algo raro.
Esa mañana había salido muy temprano, y no era su costumbre la matutina, el siempre asomaba su persona pasadas las 18. Pero ese día, salió, oculto y misterioso. Al cabo de unas horas, volvió a su domicilio con una caja debajo su hombro izquierdo, parecía venir de la oficina de correos. La encomienda no se veía muy grande. ¿Quien le mandaría algo a Don Fernando? nueve años viviendo aquí y jamás recibió ninguna correspondencia. Lucía algo medio contento - medio satisfecho esa mañana, algo raro de Don Fernando que siempre se mostraba ordinario y usual, casi disconforme todos los días.
Después de la oficina de correos, había comprado un pastel que decía " Feliz Cumpleaños" con merengue, que lo dejo encargado para la tarde, pasadas las 18:00 y con una tarjeta de felicidades dirigidos a su domicilio: Isidoro Bouquet 86. Es el día de mi cumpleaños, preciso que sean puntual, hace mucho que planeo este dia y todo tiene que acontecer tal cual lo planee, recalco Don Fernando en la panadería.
Pasadas, las 18 llega al domicilio junto al pastel de merengue el servicio fúnebre. El portero no daba indicios que hubiera alguien en casa, pero Don Fernando no había vuelto a salir durante ese día. El pastelero resignado, dejo el pedido sobre un cantero de cemento y se largó. El de la funeraria, sin otro remedió, ingresó a la vivienda: y allí estaba el cuerpo de Don Fernando postrado en la silla del vestíbulo, con la encomienda desenvuelta y el calibre 38 colgando de su mano izquierda.
En esa encomienda había un puente hacia el final; peculiar forma (sin dudas no pasa desapercibida) de festejar su último cumpleaños.
ResponderEliminarUn abrazo.
Oscuro. me encantó!
ResponderEliminarme voy a ir poniendo al día de a poco con el blog.
Besosss!
Cada uno festeja su cumpleaños como quiere, la de Don Fernando, me pareció una manera excelente, no dejó que la vida determinara su momento, lo determinó él.
ResponderEliminarUn saludo.
HD
Gracias por sus comentarios
ResponderEliminarAbrazos
No es oscuro, es cínico y al mismo tiempo crítico. No se suicidó, fue la soledad que ya lo había sentenciado. Muy bien hecho.
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